A Robert Pattinson le tocó la lotería, el Gordo de Navidad por lo menos, el día que lo eligieron como encarnación de Edward Cullen, vampiro que cada noche se venía colando por las ventanas de los sueños de muchas adolescentes, y de algunas no tan jovencitas. En cuanto se supo la noticia, la controversia dominó los foros, blogs y webs de Crepúsculo, y se llenaron páginas y páginas sobre si Rob era el apropiado o no para dar vida a un personaje que tantas chicas veían más que claramente en su imaginación.
Pero al final, Rob no decepcionó (a pesar de que hace poco nos enteramos de que sus hermanas lo vestían de chica y lo llamaban “Claudia”). No nos queda muy claro si por sus dotes de actor, o porque el personaje de Edward en sí ya resulta lo suficientemente carismático como para que nos “olvidemos de respirar” o pongamos “los ojos en blanco”, como le pasa a la protagonista de las novelas cada cinco o seis páginas.
Rob, que tonto no es el muchacho, ha visto el filón, y en lugar de adoptar esa actitud de todos los que acaban de hacerse famosillos, de no querer encasillarse, él tiene muy claro a quién le debe su éxito, y ya ha empezado a rechazar otros papeles de películas indie con las que se había comprometido, Parts Per Billion con Rosario Dawson entre otras, para poder dedicarse en cuerpo y alma a la preparación de Luna Nueva, la secuela de Crepúsculo. Vamos, que no creo yo que el caché diez veces mayor que seguramente cobra en ésta última haya tenido nada que ver…
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